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Evang Hector L Vazquez
on September 9, 2022
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JERUSALÉN, EL OMBLIGO DEL MUNDO
“Esta es Jerusalén; la puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ella” (Eze. 5:5).
El que más y el que menos ya tiene una idea acerca de Jerusalén por las muchas noticias que ésta genera debido a su posición, más espiritual que política. La ciudad en sí no tiene atributos como otras capitales del mundo; la distingue el simple hecho de que el Dios de Israel la ha escogido para ser Su ciudad eterna. La controversia que se ha recrudecido en los últimos tiempos es porque ella representa el Reino de Dios sobre el reino de los hombres. Por más que muchos lo intenten, Jerusalén nunca desaparecerá hasta que el Eterno haya ganado Su batalla. Te voy a citar uno de los pasajes que más me conmueven en toda la Biblia:
“Así ha dicho el Señor sobre Jerusalén: ...En cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo ni fuiste lavada con aguas para limpiarte ni salada con sal ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida... Y yo pasé junto a ti y te vi sucia en tus sangres y te dije: ¡Vive!... Te hice multiplicar como la hierba del campo y creciste y te hiciste grande y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos se habían formado y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta. Y pasé yo otra vez junto a ti y te miré y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi mano sobre ti y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice el Señor; y fuiste mía. Te lavé con agua y lavé tus sangres de encima de ti y te ungí con aceite y te vestí de bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos y puse brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello... Así fuiste adornada de oro y de plata... Comiste flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta llegar a reinar. Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti, dice el Señor” (Eze. 16:3-14).
¿Te has percatado del caudal de belleza contenido en esta metáfora? El Eterno compara a Jerusalén con una bebita a la que hizo crecer en hermosura, la protegió, le formuló un juramento como lo hace un esposo fiel y tuvo intimidad con ella para concertar un pacto. Luego la ungió como señal de santificación o separación y la sació, la prosperó y le dio fama y gloria. Es lamentable que ella se prostituyera, haciendo que la presencia del Eterno se distanciara; aunque Él nunca la ha abandonado.
La creación tuvo su comienzo en Jerusalén y de ahí se extendió hacia afuera. De su suelo fue creado Adam. Ahí está la puerta del cielo; por ahí ascienden nuestras plegarias hasta el Altísimo; por eso Él nos pide que recemos con la vista dirigida hacia allá. Ese es el lugar donde el Eterno tuvo amistad con el hombre y donde Su presencia será vista y palpada nuevamente. Irán los pueblos al Monte del Templo, en Jerusalén, a rendirle culto al verdadero Dios y a recibir Sus enseñanzas por medio de una nación de profetas y sacerdotes; una nación que será luz al mundo. He ahí el motivo del odio de sus enemigos.
La ciudad de Jerusalén se ha conocido como: Salem, Sión, Ariel, Monte Moriah, Beula, Adonai Urah, Jebus, Cuidad de David... Hace 3000 años que el rey David la conquistó de los jebusitas y la nombró capital de Israel. Desde entonces, muchos la han conquistado y la han deseado. En años recientes la Organización de las Naciones Unidas la declaró corpus separatum con el propósito de administrarla internacionalmente para fines políticos.
Pero Jerusalén no podía ser pisoteada por siempre. En junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días, las Fuerzas de la Defensa Israelí tomaron la ciudad en un movimiento relámpago y ésta ha vuelto a pertenecer a sus legítimos dueños; convirtiendo sus sueños en realidad.
Muchos se estarán diciendo que ahora el judío tendrá que compartir su ciudad con los palestinos si desea obtener la paz. Como decimos en casa: “No se vistan, que no van”.
¿De dónde saca la gente la idea de que los árabes tienen algún derecho sobre esa tierra? ¿O que el Vaticano o las Naciones Unidas pueden opinar acerca de su destino? Jerusalén ha sido capital de una sola nación durante toda su historia –de Israel–. Nadie más; sólo el judío tiene derecho sobre ella. Y es que el Dios de Israel la ha querido para poner Su nombre allí (II Cro. 33:7). Y es allí donde estará Su trono (Jer. 3:17). Por algo la llamó “el ombligo del mundo”. Es ella el centro donde pende el cordón que da Su sustento al mundo, porque nuestra salvación viene de allí.
Sin duda, Jerusalén será la chispa que encienda una posible guerra mundial, porque está llegando el momento en que todas las naciones se juntarán en contra de Israel para que el Eterno finalice Su plan. Y hace mucho rato que vemos esos planes fraguarse en la Organización de las Naciones Unidas, con Estados Unidos a la cabeza.
Es tiempo de fijarse más allá de lo que sucede en nuestras calles y avenidas. Vienen unos acontecimientos apoteósicos que culminarán con la llegada tan ansiada de la Era Mesiánica. Y esta servidora desea proclamar ese evento a un pueblo adormecido con el entretenimiento –tanto el mundano como el religioso–.
Ya es tiempo de decir: “Por amor de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré hasta que salga como resplandor su justicia y su salvación se encienda como una antorcha” (Isa. 62:1).
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