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Luis Román
on August 9, 2020
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Facebook y la libertad
En la serie animada South Park hay un episodio que lleva por título HUMANCENTiPAD en el que uno de los personajes es secuestrado por Apple y sometido a un procedimiento quirúrgico grotesco, nauseabundo y absurdamente invasivo. ¿La razón? Al actualizar su iTunes, ese personaje había hecho clic en el botón para aceptar los términos y condiciones, y estos términos incluían el ser sometido a tal operación junto a otros usuarios de la aplicación. Entre otros detalles memorables, hay una orwelliana escena en la que Steve Jobs presenta en un auditorio a los voluntarios de la operación para crear el humancentiPad: cuando se sube el telón, éstos aparecen esposados a las camas. Estoy seguro de que muchas de las personas que han visto ese capítulo habrán experimentado una sensación de incomodidad al saber que aquel personaje había aceptado de manera consciente unos términos y condiciones de uso (y que, por ello, por haberlos aceptado, debían respetarse), aunque con seguridad no dejaban de sentir y de pensar que algo no cuadraba, que había algo que no estaba bien en todo eso, aunque era difícil decir qué.
Las personas que se unen a una red social deben aceptar los términos y condiciones de esa red. Para algunos, eso constituye suficiente justificación para la práctica de la censura en redes, pues los administradores de las mismas tienen la discreción de decidir si una determinada publicación incumple o no los términos y condiciones de uso, y esas decisiones suelen tener mucho de subjetivo y de arbitrario. En el caso concreto de Facebook, en días recientes fue tema de discusión el bloqueo de publicaciones que promuevan el consumo de hidroxicloroquina para el tratamiento del Covid-19 o peste china. Los argumentos a favor de las acciones de Facebook, hasta donde he podido ver, son de dos tipos: 1. Si la publicación es falsa, puede ser potencialmente dañina, y Facebook tiene, por tanto, el derecho (y el deber) de eliminarla. 2. Facebook tiene el derecho de eliminarla porque tú aceptaste los términos y condiciones. Este último argumento suele tener el siguiente remate: “si no te gusta Facebook, no lo uses.”
Ambos argumentos merecen ser comentados. Comencemos por el primero: una publicación falsa de esa naturaleza es potencialmente peligrosa, eso es indudable. Ahora bien, no se puede determinar de manera tajante que se trata de una información falsa. Hasta ahora muchos de los estudios son, o bien contradictorios, o bien inconclusos, y es natural que así sea, tratándose de un problema médico de actualidad en el que hay muchas variables intervinientes de peso (edad, sexo, condición cardíaca), en el que la controversia muchas veces termina siendo más política que científica, y en el que además hay fuertes intereses económicos de por medio. Es probable que la hidroxicloroquina a la larga termine siendo descartada por razones médicas; es probable que se termine empleando, pero con una contraindicación para pacientes con cardiopatía. El punto no es estar a favor o en contra del medicamento, el punto es que debería tratarse de una discusión abierta (no de un objeto de censura), ya que se trata de un asunto que a todos concierne, y que por ello debería ser discutido de manera racional, presentando toda la evidencia (esto es, las investigaciones) tanto a favor como en contra, para que los ciudadanos puedan entender todos los factores en juego y cada quien saque sus propias conclusiones. Se supone que esas conclusiones deberían tener un fundamento empírico: si los estudios muestran de manera abrumadora que el medicamento no funciona, pero usted insiste en creer que sí, entonces usted es un tonto (o algo peor); y de la misma manera, si los estudios indican que el medicamento es efectivo y usted insiste en decir que no lo es sólo porque usted aborrece a Donald Trump, entonces usted es un idiota. Pero nadie puede negarle el derecho a ser idiota.
Zuckerberg, por el contrario, no está de acuerdo, y por ello ha instruido a sus censores (porque se trata de censores, aunque se hagan llamar “moderadores de contenido”) para que eliminen cualquier publicación a favor de la hidroxicloroquina. Al tratarse de un tema tan cargado de pasión política, en el mundo de crispación en que vivimos, resulta difícil mantener la necesaria objetividad. Y Facebook es un excelente ejemplo de ello. No importa si la gente vive o muere, lo que importa es mantener una agenda política.
A pesar de que Zuckerberg es un conocido y respetado experto en temas médicos, virológicos y epidemiológicos (al igual que Bill Gates, al igual que Tedros Adhanom), ese honorable caballero simplemente no tiene derecho de censurarlo a usted.
Para Facebook, usted no tiene criterio propio, usted carece de la capacidad de sopesar, de analizar la evidencia. Facebook ya decidió por usted. Es que Facebook es una red social masiva, que mucha gente usa, y Zuckerberg no se puede permitir el lujo de publicar falsedades. Si de falsedades se trata, en Facebook usted encuentra todo tipo de disparates, comenzando por personas que dicen que la tierra es plana o que la evolución de las especies es una falsedad o que el comunismo es bueno (hay muchos grupos dedicados a todo eso). Y también hay grupos dedicados a difundir la idea de que muchas de las grandes creaciones arquitectónicas de la humanidad (el Gran Zimbabwe, Angkor Wat, las pirámides de Egipto, los monumentos mayas) fueron creados por extraterrestres. El argumento de que existe un compromiso de Facebook con la verdad no resiste el más superficial análisis.
Es que mucha gente podría morir, Zuckerberg tiene una responsabilidad social. Podríamos sacar la cuenta de cuántas personas han muerto (y siguen muriendo) por el comunismo y cuántas han muerto por ingerir hidroxicloroquina. Sin haber hecho una investigación al respecto, sospecho que el comunismo se lleva la palma. Si de responsabilidad vamos a hablar, en Facebook no sólo hay grupos a favor del comunismo, es que también hay grupos que promueven la anorexia, por aquello de que se trata de un “estilo de vida”. El argumento de la responsabilidad y el compromiso social, como se puede ver, tampoco se sostiene.
Procedamos ahora con el segundo argumento: Facebook tiene derecho a eliminar lo que escribes porque tú aceptaste los términos y condiciones, y si no te gusta, no lo uses. ¿Tiene de verdad Facebook derecho a borrar cualquier cosa que usted escriba? Tener el poder y ejercerlo no significa necesariamente tener el derecho. Que ese poder es ejercido de manera constante y con frecuencia abusiva, tanto en Facebook como en otras redes sociales, de eso no hay duda. Si hablamos de derecho, entonces Facebook debe terminar por asumir las consecuencias de actuar como editorial y no como plataforma.
Volvamos a la pregunta: ¿tienen derecho de atentar contra la libertad de expresión sólo porque no les gusta lo que usted escribe? Muchos piensan que sí, esos que identifican moralidad con reglas. Ante cualquier duda, vamos a las reglas: si usted aceptó los términos y condiciones, entonces ellos tienen derecho de hacer lo que les venga en gana. Volviendo al caso de South Park que mencionamos al comienzo, si bien para muchos podría resultar paradójico o problemático, la verdad es que no hay misterio en absoluto. Y no lo hay porque los derechos fundamentales (en este caso, el derecho a la libertad y el derecho a la integridad física, que es un componente del derecho a la vida) son derechos sagrados, inalienables. Es decir, son derechos irrenunciables. Aunque usted firme un contrato autorizando a una compañía a secuestrarlo, ese contrato no tiene validez porque la libertad es un derecho humano fundamental. Y esa libertad incluye la libertad de expresión. Es por ello que muchos textos constitucionales comienzan estableciendo los derechos humanos fundamentales como base del sistema legal y de toda la institucionalidad. Está en el espíritu de la Constitución respetar y proteger esos derechos, y está en el espíritu de las leyes respetar esos principios constitucionales, lo que significa que ninguna ley puede estar en contradicción con la Constitución, y en el momento en que eso suceda, la Constitución prevalece. De la misma manera, ningún reglamento particular (los estatutos de una junta de vecinos, o el conjunto de normas de una empresa, o los reglamentos de una asociación deportiva) puede estar en contradicción con las leyes y mucho menos con la Constitución.
Lo que se deriva de eso es que los ejecutivos de Apple no tenían derecho de perseguir ni de someter a aquel personaje a la operación a la que eventualmente fue sometido, no importa cuántos términos y condiciones hubiera aceptado. Al ser violatorios de derechos fundamentales, esos términos y condiciones pierden validez. Aquel capítulo de South Park me hace pensar en el personaje de Shylock de El mercader de Venecia, obsesionado por cortar de la piel de Antonio aquella libra de carne acordada en el contrato que ambos habían suscrito. En la obra de Shakespeare, aunque todos lamentan la crueldad del usurero, todos terminan también por darle la razón desde el punto de vista legal, y hasta el mismísimo dux llega a decir que siente piedad por Antonio, pero que un contrato era un contrato, que la Serenísima República había alcanzado su reputación y su prosperidad por su riguroso cumplimiento de los contratos y de las leyes, y que, por esa razón, nada podía hacer él. En ese lugar, en aquel momento de la historia, es de esperar que el dux dijera tales palabras. La noción de que existen derechos inherentes a cada ser humano (sólo por el hecho de ser humano) y de que tales derechos son inalienables, esa noción apareció muchos siglos después del hipotético momento en que se desarrolla la acción de El mercader de Venecia. Se trata, además, de una idea tan audaz, tan única en la historia de la humanidad, de tan tardía aparición, se trata de una idea tan insólita, que aún al día de hoy, cuando todo el mundo se vanagloria de defender esos derechos, son muchos los que no terminan de aceptarlos, son muchos los que se manifiestan a favor de ellos pero a la más mínima oportunidad están dispuestos a pisotear los derechos del otro. Basta con ver la lista de países violadores de derechos humanos que conforman el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Lo trágico es que son muchas las personas dispuestas a abdicar de esos derechos, son muchos los que prefieren el control gubernamental a la propia responsabilidad (es decir, a la propia libertad), porque ese control les proporciona tranquilidad; son muchos los que están dispuestos a renunciar a su libertad para entregarla a Zuckerberg o a cualquier otro, son muchos los patéticos imitadores de Shylock que con toda seguridad están a favor de los ejecutivos de Apple en el citado capítulo de South Park y que hoy repiten hasta el hartazgo Zukedbed puede hazedlo podque tú azeptazte loz tédminoz y condizionez, y zi no te guzta, no dzo uzez, ¿edcuchazte?, ¡NO DZO U ZEZ!, como aquel despreciable personaje de 24, Miles Papazian, lo bastante abyecto como para decir: “él puede hacer lo que quiera, es el presidente.”
Insistimos, lo que está en discusión acá no es si la hidroxicloroquina funciona o no (puede que no funcione, o que lo haga de una manera muy limitada, y de ser así, habrá que aceptar la evidencia), sino el derecho que tiene cualquier ciudadano a discutir el tema de manera abierta, a debatirlo. Al fin y al cabo, se trata de un asunto de interés público. Al fin y al cabo, si el día de mañana se enferma uno de sus seres queridos, a usted le gustaría estar lo mejor informado posible, ¿no? ¿En virtud de qué o de qué se toma Zuckerberg la atribución de censurar lo que usted tenga que leer o que decir al respecto?
En este espantoso año de 2020 el ser humano sigue mostrando cuán bajo puede caer. Es el año del desquiciamiento definitivo del movimiento Black Lives Matter, el año del maldito virus chino (que desaparece de manera misteriosa cada vez que hay un ritual de vandalismo del lobby LGBT o del BLM). El ser humano, cada vez más embrutecido, cada vez más envilecido, ha declinado su libertad en busca de una seguridad que no es tal, ha renunciado a su autonomía y ha permitido que lo lleven a la ruina, y todo eso a cambio de muy poco. Ahora muchos han decidido también confiar su salud (y hasta su capacidad de discernimiento) a gente como Mark Zuckerberg o como los burócratas de la Organización Mundial de la Salud, esos que dicen por la mañana que “el virus está en el aire” y que por la tarde dicen que no lo está, esos que diagnostican papayas (falta ver cuántas de esas papayas diagnosticadas con el virus forman parte de las estadísticas de fallecidos).
Es un lamentable estado de cosas, pero mientras exista un ser humano, uno solo, que reivindique su autonomía y su libertad aun en medio de las condiciones más adversas, aún en medio de tanta atrocidad, no todo estará perdido.
© Jorge Ugueto
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